01 septiembre, 2011

Una nueva vida - Capítulo 1


Estaba soñando, sé que estaba soñando. Veía a mis padres, abrazándose. Mi madre se alzaba de puntillas para poder alcanzar los labios de mi padre con una sonrisa; eran felices. Los echaba de menos…


-¡Viela! ¡Mueve el culo y ponte a trabajar ahora mismo! – La voz de la Señora Harrison resonó en las paredes de mi mente, creando el vacío donde hace unos instantes se encontraba el recuerdo de mis padres. Otro día igual en mi vida comenzó esa mañana…
Abrí los ojos y me obligué a levantarme con el sueño aun dejándose caer en mis párpados. Recogí mis viejas y destrozadas converse y bajé las escaleras lo más rápido que pude. Oh no, la Señora Harrison me estaba esperando delante de la entrada.
-¿Por qué has tardado tanto niña? Hace media hora que tendrías que estar en las calles haciendo lo único que sabes hacer. – Como cada mañana, comenzó a echarme la bronca por el día anterior, nunca el dinero que le llevaba le parecía suficiente.
-Ayer tardé demasiado en reunir la cantidad que me pedisteis, apenas he dormido dos horas. – No sé por qué intentaba darle explicaciones si nunca servían.
-A mí no me des excusas, o reúnes hoy los quinientos euros acordados o te quedarás sin un techo en el que vivir. ¡Encima que mi marido y yo tomamos la cruda decisión de sacarte de ese orfanato! ¿Es así cómo nos lo pagas? Sí, con quejas por tu trabajo. ¡Vete! Y no vuelvas antes de tener todo ese dinero en tus sucios bolsillos. – Me enganchó de la sudadera y me dio un fuerte empujón para sacarme de la casa a la fuerza. Odiaba tener que llamar a eso “hogar”…

Como me imaginaba, entonces tampoco me dio nada que llevar a la boca, sentía hacerlo, pero hacerle una visita a Christian era mi única salida para comer. Bajé las escaleras del porche y empecé mi carrera hasta llegar a un puesto de fruta dos manzanas más al este, estaba vacío. ¡Bien! Allí se encontraba Chris, mi salvador, como siempre.
-¡Ey, Viela! – Gritó con entusiasmo. No… Me acerqué a su lado para poder hablar con él.
-Chris, ya sabes que no me gusta que me llames por mi nombre en mitad de la calle. Una chica no dura ni dos horas en esta ciudad si alguien importante se entera de que anda por ahí sola.
-Lo sé, perdona, siempre se me olvida. Lo siento Vie… Lo siento. – Me gustaba la expresión de su rostro cuando pedía disculpas, era tierno entonces. – ¿Hoy tampoco te han dado nada de comer?
-No, sabes que no me gusta tener que recurrir a ti, pero es que ya no sé qué hacer. – Las lágrimas intentaron salir de mis ojos, pero no pude permitirlo, si quería sobrevivir tenía que ser fuerte, o al menos aparentarlo. Chris recogió una manzana y me la otorgó con cara triste.
-No puedo darte más.
-Lo sé, y con esto ya haces suficiente. – Me elevé un poco para poder besarle en la mejilla como muestra de agradecimiento. – Te juro que cuando me largue de esa casa te pagaré.
-No lo hagas, ya te invité a escaparnos juntos y desaparecer de esta podrida ciudad. Si vinieras conmigo…
-No Chris, sabes que no podríamos sobrevivir sin trabajo, y yo con quince años no puedo trabajar mucho, menos aun sin estudios. Y solo tú como frutero no es que sea un trabajo con mucho futuro. – Christian bajó la cara, avergonzado por ese último detalle. Me dolía, pero tenía que aprender que mi respuesta siempre sería no. Si nos hubiésemos escapado juntos, los señores Harrison habrían llamado a la policía diciendo que me habían secuestrado, y por lo tanto, Chris iría a la cárcel y eso no podía permitirlo.
-Ayúdame a ponerme el gorro. – Le pedí para cambiar de tema. Le entregué el gorro negro y me di media vuelta, sostuve la manzana con la boca y utilicé las manos para recogerme el oscuro cabello debajo del gorro mientras él me ayudaba a que no se me viera ni un  solo pelo. Tenía que esconderlo para que nadie descubriera que era una chica, por eso utilizaba ropa ancha, para esconder mis llamativas curvas femeninas. Volví a girar para verle.
-¿Qué? ¿Parezco una chica? – Le pregunté con humor.
-Pareces el chico más barriobajero de toda la ciudad. – Dijo con una sonrisa de gracia. Volví a besarle en la mejilla y salí corriendo hacia el centro mientras mordía la rica manzana de la frutería.


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