Estaba soñando, sé que
estaba soñando. Veía a mis padres, abrazándose. Mi madre se alzaba de puntillas
para poder alcanzar los labios de mi padre con una sonrisa; eran felices. Los
echaba de menos…
-¡Viela! ¡Mueve el culo
y ponte a trabajar ahora mismo! – La voz de la Señora Harrison resonó en las
paredes de mi mente, creando el vacío donde hace unos instantes se encontraba
el recuerdo de mis padres. Otro día igual en mi vida comenzó esa mañana…
Abrí los ojos y me
obligué a levantarme con el sueño aun dejándose caer en mis párpados. Recogí
mis viejas y destrozadas converse y bajé las escaleras lo más rápido que pude.
Oh no, la Señora Harrison me estaba esperando delante de la entrada.
-¿Por qué has tardado
tanto niña? Hace media hora que tendrías que estar en las calles haciendo lo
único que sabes hacer. – Como cada mañana, comenzó a echarme la bronca por el
día anterior, nunca el dinero que le llevaba le parecía suficiente.
-Ayer tardé demasiado
en reunir la cantidad que me pedisteis, apenas he dormido dos horas. – No sé
por qué intentaba darle explicaciones si nunca servían.
-A mí no me des
excusas, o reúnes hoy los quinientos euros acordados o te quedarás sin un techo
en el que vivir. ¡Encima que mi marido y yo tomamos la cruda decisión de
sacarte de ese orfanato! ¿Es así cómo nos lo pagas? Sí, con quejas por tu trabajo.
¡Vete! Y no vuelvas antes de tener todo ese dinero en tus sucios bolsillos. –
Me enganchó de la sudadera y me dio un fuerte empujón para sacarme de la casa a
la fuerza. Odiaba tener que llamar a eso “hogar”…
Como me imaginaba, entonces
tampoco me dio nada que llevar a la boca, sentía hacerlo, pero hacerle una
visita a Christian era mi única salida para comer. Bajé las escaleras del
porche y empecé mi carrera hasta llegar a un puesto de fruta dos manzanas más
al este, estaba vacío. ¡Bien! Allí se encontraba Chris, mi salvador, como
siempre.
-¡Ey, Viela! – Gritó con
entusiasmo. No… Me acerqué a su lado para poder hablar con él.
-Chris, ya sabes que no
me gusta que me llames por mi nombre en mitad de la calle. Una chica no dura ni
dos horas en esta ciudad si alguien importante se entera de que anda por ahí
sola.
-Lo sé, perdona,
siempre se me olvida. Lo siento Vie… Lo siento. – Me gustaba la expresión de su
rostro cuando pedía disculpas, era tierno entonces. – ¿Hoy tampoco te han dado
nada de comer?
-No, sabes que no me
gusta tener que recurrir a ti, pero es que ya no sé qué hacer. – Las lágrimas intentaron
salir de mis ojos, pero no pude permitirlo, si quería sobrevivir tenía que ser
fuerte, o al menos aparentarlo. Chris recogió una manzana y me la otorgó con
cara triste.
-No puedo darte más.
-Lo sé, y con esto ya
haces suficiente. – Me elevé un poco para poder besarle en la mejilla como
muestra de agradecimiento. – Te juro que cuando me largue de esa casa te
pagaré.
-No lo hagas, ya te
invité a escaparnos juntos y desaparecer de esta podrida ciudad. Si vinieras
conmigo…
-No Chris, sabes que no
podríamos sobrevivir sin trabajo, y yo con quince años no puedo trabajar mucho,
menos aun sin estudios. Y solo tú como frutero no es que sea un trabajo con
mucho futuro. – Christian bajó la cara, avergonzado por ese último detalle. Me
dolía, pero tenía que aprender que mi respuesta siempre sería no. Si nos hubiésemos
escapado juntos, los señores Harrison habrían llamado a la policía diciendo que
me habían secuestrado, y por lo tanto, Chris iría a la cárcel y eso no podía
permitirlo.
-Ayúdame a ponerme el
gorro. – Le pedí para cambiar de tema. Le entregué el gorro negro y me di media
vuelta, sostuve la manzana con la boca y utilicé las manos para recogerme el oscuro cabello debajo del gorro mientras él me ayudaba a que no se me viera ni un solo pelo.
Tenía que esconderlo para que nadie descubriera que era una chica, por eso
utilizaba ropa ancha, para esconder mis llamativas curvas femeninas. Volví a
girar para verle.
-¿Qué? ¿Parezco una
chica? – Le pregunté con humor.
-Pareces el chico más
barriobajero de toda la ciudad. – Dijo con una sonrisa de gracia. Volví a
besarle en la mejilla y salí corriendo hacia el centro mientras mordía la rica
manzana de la frutería.
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