01 septiembre, 2011

Una nueva vida - Capítulo 2


En unos pocos minutos llegué al centro. A esas horas de la mañana estaba abarrotado de gente, de mucha gente rica. Mis ojos recorrían de lado a lado la acera mientras mi boca apreciaba el sabor de la manzana, fijándome en los pequeños detalles de las personas que por ahí pasaban. Había pasado ya un año desde la primera vez que tuve que robar para el Señor y la Señora Harrison, mucho tiempo, y aun así, me seguía asustando cada vez que tenía que alcanzar una cartera sin ser vista.
Era el momento de empezar a trabajar, me pareciera bien o mal lo que estaba haciendo, no me quedaba otra. Así que fijé mi primer objetivo, una mujer madura de muy buen andar y con un traje de empresa muy elegante. Llevaba el bolso en la mano derecha, a la altura de la pierna; sería fácil.
Sin soltar la media manzana que me quedaba fui en su dirección. En pocos pasos la alcancé, ella ni se había percatado de que yo me encontraba a su espalda. Solo había que alargar la mano y… ¡perfecto!

Demasiado rápido llegó el mediodía, y ese día de otoño hacía mucho más frío de lo normal. Estaba sentada en un banco del parque mientras jugaba con los restos que había dejado de la manzana. Había “recaudado” muy poco dinero, ciento veinte euros, si llegaba a casa con tan poca cantidad me esperaría una mala noche. Me hacía falta más dinero, pero es que a esas horas apenas había gente por las calles, y por la tarde no me daría tiempo a conseguir el resto. Y justo, por delante de mis ojos cruzó un hombre que parecía llevar prisa. En esos pocos segundos pude captar un maletín en la mano derecha, en la misma mano un reloj plateado de alto precio, además de unas gafas americanas muy estilosas. Era mi oportunidad, como siempre sólo tendría una, era jugármela a cara o cruz. Salté del banco y me convertí en su sombra hasta que salimos del parque y nos juntamos con la muchedumbre. Cuando redujo un poco el ritmo decidí yo acelerar el mío. En cuanto estuve a punto de rozarle agarré con fuerza el trozo de manzana y lo lancé con cuidado a su derecha. El desconocido giró bruscamente su cabeza en dirección a la fruta y ese era el momento para coger la cartera que tenía en su bolsillo izquierdo. Pero entonces una de sus manos fue a parar a mi muñeca con fuerza.
-¿Qué te crees que haces, chico? – Levanté la vista para mirarle a los ojos, él se quitó las gafas con la mano que tenía libre y continuó. – Soy policía, y tú, vas a acompañarme a comisaría por intento de robo. – Me quedé atónita… ahora sí que estaba metida en un buen lío.

Estuve toda la tarde en comisaría, los policías llamaron a mis tutores legales y después de cenar aparecieron por la puerta del edificio. El señor Harrison me lanzó una mirada de pocos amigos al verme sentada junto a un policía. Estuvieron hablando de mí con el policía que me engañó en la calle durante unos cuantos minutos; el Señor y la Señora Harrison crearon su gran fachada de mentiras, contándole al policía que eran un matrimonio dulce y sin hijos, que por eso fueron al orfanato, para adoptar a un pobre niño al que darle amor y, entonces me escogieron a mí. Siguieron explicándole que yo no sabía comportarme por el duro pasado que había tenido y que se les hacía muy difícil el educarme… Una sarta de falsedades que tuve que oír por desgracia.

Por fin salimos de la comisaría y nos metimos en la furgoneta que tenían los Harrison para volver a su casa. Y, en cuanto perdimos de vista el edificio policial, comenzó lo que más me asustaba:
-Lo estás haciendo muy mal, niña. Así no nos ayudas, devolviendo el dinero que consigues, aunque sea poco. – El Señor Harrison no quitaba la vista de la carretera mientras me hablaba, estaba muy serio, y podía fijarme en la vena del cuello que le palpitaba como si allí mismo se encontrara su corazón, era una muy mala señal.
Estuve el resto del trayecto callada, cuando paró la furgoneta salí del coche y me dirigí a la puerta sin dedicarles una mirada a ninguno de los dos, bastante asustada estaba ya. La puerta se cerró detrás de mí, entonces sentí una mano apoyarse en mi hombro. Giré sobre mí misma y tuve el tiempo justo para ver la mano del Señor Harrison dirigirse a mi cara y del impacto estamparme contra el suelo.
-Vuelve a fallar como hoy y a hacernos pasar esta vergüenza y…y te juro que te devolveré al mismo orfanato del que te saqué. ¡¿Me has entendido?! – Estaba muy enfadado, muchísimo, y yo no me atreví a levantar la vista. – ¡Ahora sube las escaleras y vete a tu cuarto! – Me levanté de forma lenta y seguí sus órdenes, subí cada peldaño sin ganas, me faltaban fuerzas. Llegué a mi cuarto y al entrar cerré la puerta, quedándome allí de pie unos instantes, antes de caer en un mar de lágrimas del que pensaba que no iba a salir nunca.

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