En unos pocos minutos
llegué al centro. A esas horas de la mañana estaba abarrotado de gente, de
mucha gente rica. Mis ojos recorrían de lado a lado la acera mientras mi boca
apreciaba el sabor de la manzana, fijándome en los pequeños detalles de las
personas que por ahí pasaban. Había pasado ya un año desde la primera vez que
tuve que robar para el Señor y la Señora Harrison, mucho tiempo, y aun así, me
seguía asustando cada vez que tenía que alcanzar una cartera sin ser vista.
Era el momento de
empezar a trabajar, me pareciera bien o mal lo que estaba haciendo, no me
quedaba otra. Así que fijé mi primer objetivo, una mujer madura de muy buen
andar y con un traje de empresa muy elegante. Llevaba el bolso en la mano derecha,
a la altura de la pierna; sería fácil.
Sin soltar la media
manzana que me quedaba fui en su dirección. En pocos pasos la alcancé, ella ni
se había percatado de que yo me encontraba a su espalda. Solo había que alargar
la mano y… ¡perfecto!
Demasiado rápido llegó
el mediodía, y ese día de otoño hacía mucho más frío de lo normal. Estaba
sentada en un banco del parque mientras jugaba con los restos que había dejado
de la manzana. Había “recaudado” muy poco dinero, ciento veinte euros, si
llegaba a casa con tan poca cantidad me esperaría una mala noche. Me hacía
falta más dinero, pero es que a esas horas apenas había gente por las calles, y
por la tarde no me daría tiempo a conseguir el resto. Y justo, por delante de
mis ojos cruzó un hombre que parecía llevar prisa. En esos pocos segundos pude
captar un maletín en la mano derecha, en la misma mano un reloj plateado de
alto precio, además de unas gafas americanas muy estilosas. Era mi oportunidad,
como siempre sólo tendría una, era jugármela a cara o cruz. Salté del banco y
me convertí en su sombra hasta que salimos del parque y nos juntamos con la
muchedumbre. Cuando redujo un poco el ritmo decidí yo acelerar el mío. En
cuanto estuve a punto de rozarle agarré con fuerza el trozo de manzana y lo
lancé con cuidado a su derecha. El desconocido giró bruscamente su cabeza en
dirección a la fruta y ese era el momento para coger la cartera que tenía en su
bolsillo izquierdo. Pero entonces una de sus manos fue a parar a mi muñeca con
fuerza.
-¿Qué te crees que haces,
chico? – Levanté la vista para mirarle a los ojos, él se quitó las gafas con la
mano que tenía libre y continuó. – Soy policía, y tú, vas a acompañarme a
comisaría por intento de robo. – Me quedé atónita… ahora sí que estaba metida
en un buen lío.
Estuve toda la tarde en
comisaría, los policías llamaron a mis tutores legales y después de cenar
aparecieron por la puerta del edificio. El señor Harrison me lanzó una mirada
de pocos amigos al verme sentada junto a un policía. Estuvieron hablando de mí
con el policía que me engañó en la calle durante unos cuantos minutos; el Señor
y la Señora Harrison crearon su gran fachada de mentiras, contándole al policía
que eran un matrimonio dulce y sin hijos, que por eso fueron al orfanato, para
adoptar a un pobre niño al que darle amor y, entonces me escogieron a mí.
Siguieron explicándole que yo no sabía comportarme por el duro pasado que había
tenido y que se les hacía muy difícil el educarme… Una sarta de falsedades que
tuve que oír por desgracia.
Por fin salimos de la
comisaría y nos metimos en la furgoneta que tenían los Harrison para volver a
su casa. Y, en cuanto perdimos de vista el edificio policial, comenzó lo que
más me asustaba:
-Lo estás haciendo muy
mal, niña. Así no nos ayudas, devolviendo el dinero que consigues, aunque sea
poco. – El Señor Harrison no quitaba la vista de la carretera mientras me
hablaba, estaba muy serio, y podía fijarme en la vena del cuello que le
palpitaba como si allí mismo se encontrara su corazón, era una muy mala señal.
Estuve el resto del
trayecto callada, cuando paró la furgoneta salí del coche y me dirigí a la
puerta sin dedicarles una mirada a ninguno de los dos, bastante asustada estaba
ya. La puerta se cerró detrás de mí, entonces sentí una mano apoyarse en mi
hombro. Giré sobre mí misma y tuve el tiempo justo para ver la mano del Señor
Harrison dirigirse a mi cara y del impacto estamparme contra el suelo.
-Vuelve a fallar como
hoy y a hacernos pasar esta vergüenza y…y te juro que te devolveré al mismo
orfanato del que te saqué. ¡¿Me has entendido?! – Estaba muy enfadado,
muchísimo, y yo no me atreví a levantar la vista. – ¡Ahora sube las escaleras y
vete a tu cuarto! – Me levanté de forma lenta y seguí sus órdenes, subí cada
peldaño sin ganas, me faltaban fuerzas. Llegué a mi cuarto y al entrar cerré la
puerta, quedándome allí de pie unos instantes, antes de caer en un mar de
lágrimas del que pensaba que no iba a salir nunca.
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