02 septiembre, 2011

Una nueva vida - Capítulo 4


Estaba trastornada, no entendía lo que había pasado, ni lo que veía a mi alrededor. Me encontraba en una cama, grande, con sábanas blancas y de tacto suave. Me erguí extrañada, observé el entorno y deduje que estaba en una casa, una casa de alguien importante, pues la estética estaba entornada en el origen medieval. Los muebles eran de madera, con un decorado tallado a mano. Parecía un sueño.
-Oh, despertaste. – Di un salto del que me caí de la desconocida cama en la que me encontraba, seguí con la vista de donde provenía aquella voz femenina y hallé a una mujer de mediana edad, su rostro era agradable. – Perdona, no quería asustarte pequeña. – “Pequeña”… aquel apodo me hizo darme cuenta de que mi cabello caía sobre los hombros y el pecho, donde se encontraba un camisón de tela muy bonito. Los ojos mostraron mi asombro y empecé a sentirme muy nerviosa y asustada.
-No, no te asustes, no voy a hacerte daño. Ven, siéntate en la cama y te lo explicaré. – La mujer me ofreció su mano para ayudarme a levantarme, la acepté ya que me seguía doliendo la pierna, entonces me di cuenta de que la venda improvisada de mi camiseta había sido sustituida por una real. Me senté en la cama junto a la mujer.
-Mi nombre es Alice, y trabajo como ama de llaves en esta casa, bajo el servicio del Señor Alan. Ayer, cuando fue a salir por la puerta, te encontró dormida en la entrada del arco bajo la lluvia. Vio que ibas vestida con ropa sucia, que estabas herida y que temblabas de frío, así que decidió darte cobijo hasta que despertaras. – Estaba perpleja, y al ver que no contestaba continuó con la explicación. - No te preocupes por la ropa, yo fui quien te cambió. Te curé la herida y te metí en la cama de esta habitación, la de invitados.
No podía creerlo, aquel hombre parecía alguien muy rico, y me había ayudado sin ni siquiera conocerme… nunca antes me había ocurrido que alguien me ayudara sin motivo, a demás de Christian.
-Dime pequeña, ¿cuál es tu nombre? – Seguí sin contestar, no sabía por qué, pero no me atrevía. - ¿No puedes hablar? – Dije que sí con un movimiento tímido de cabeza, no sabía cómo comportarme. – Entiendo, estás aun aturdida. ¿Tienes hambre? Acompáñame, te presentaré al Señor Alan.
Entonces el corazón me dio un vuelco, si no había conseguido decir palabra con aquella mujer, cómo iba a hablar con un hombre puede incluso que aun más mayor que ella, porque con ese nombre… muy juvenil no parecía. De nuevo, la voz de la mujer cortó mis pensamientos:
-¡Ah! Casi se me olvida, toma, te he traído una camiseta y un vaquero de mi hija para que te vistas. Lo siento, tu ropa estaba destrozada. – No me lo podía creer, ¿me estaba ofreciendo ropa? ¿Sin nada a cambio que darle? Era imposible… - Te dejaré sola para que puedas vestirte, cuando acabes; baja las escaleras y entra en la sala de la izquierda, allí está el comedor. Te esperaré allí.
Alice desapareció por la puerta dedicándome una sonrisa. Todo esto era muy extraño para mí, pero cuando pensé en la comida… descubrí que me moría de hambre, no había mordido nada desde ayer. Miré la ropa, realmente me gustaba, pero no era mía, así que en cuanto no me hiciera falta se la devolvería a aquella chica. Me la puse muy rápido y, antes de pasar por la puerta, vi un espejo encima de la cómoda. Por inercia fui a verme reflejada en él, hacía mucho que no me veía con el pelo suelto, mis ojos castaños y brillantes disfrutaron con esa visión. Ahora sí que era Viela.

Seguí las instrucciones de la ama de llaves y bajé las escaleras, mientras tanto, observaba cada rincón del hogar, gozándola con el estilo medieval que tenía… realmente era alguien con mucho dinero.
Fui al salón, tal y como me dijo la mujer, pero no me atreví a entrar, sino que asomé la cabeza por el umbral de la entrada. Y allí estaba él, un veinteañero de pelo castaño y ojos de color dulce, sentado en una de las numerosas sillas de la mesa mientras jugaba a…¡a la Xbox!... Increíble,… ahora sí que estaba segura de que era un sueño. Entonces giró el rostro hacia mí y me sonrió. Ay, Dios, … ¡era guapísimo!
-Así que ya te levantaste, eh. – Se levantó para recibirme, no sabía dónde meterme, pero quería desaparecer. – Mi nombre es Alan. – Se presentó ofreciéndome la mano para estrechársela.
-Vi-Viela… - Respondí yo con demasiada timidez para mi gusto mientras le sujetaba su fuerte y firme mano.
-Entra, por favor, me ha dicho Alice que estás hambrienta. – Y allí estaba ella, sentada en una de las sillas con un plato de fruta delante, enseñándome una silla a su lado para que me sentara. Alan me recogió por la espalda para que no tropezara y me acompañó hasta la silla, para luego sentarse en frente de mí.
Alice me acercó el plato de fruta y me susurró con voz dulce que comiera un poco. Al ver un conjunto de manzanas no pude evitar coger una con ansia y comencé a morderla sin parar. Me detuve de golpe al caer en que ninguno de los dos me quitaba la vista de encima, dejé lo que quedaba de la manzana, que no era mucho, en el plato.
-Lo siento, además de que me ayudáis no debería comportarme así. – No miré a ninguno de los dos, y entonces oí una risa que provenía del señor de la casa.
-Si no me cuentas lo que te ha ocurrido no podré decidir si debes o no comportarte así.
-Yo siento decir que debería irme a mi casa a ayudar a mi marido, Señor Alan. Le dio un beso en la mejilla y a mí me dirigió una sonrisa. – Nos veremos esta noche.

Cuando oímos el golpe de la puerta al cerrarse Alan se levantó de su silla y se acercó a mí, se inclinó para tener su cabeza a la altura de la mía. Eso me ruborizó.
-No hace falta que me expliques ahora lo que te ha ocurrido si no te sientes con fuerzas, pero sólo te voy a hacer dos preguntas: ¿Estás huyendo de algo? ¿Has hecho algo malo?
No entendía a qué venían esas preguntas, pero ya que me había ayudado era lo menos que podía hacer el contestar a sus cuestiones.
-Sí que estoy huyendo y no, no he hecho nada malo… al menos  no de la forma que creo que está pensando, no he herido a nadie.
-¡Estupendo! – Dijo eso con una sonrisa de diversión y se irguió para dirigirse a la silla donde jugaba antes a la Xbox. Ahora sí que no entendía nada…
-¿Es-es-estupendo? Perdone, pero… no le entiendo.
-Digo “estupendo” porque si estás huyendo, quiere decir que no vives en la calle y eso es bueno, y si no has hecho nada malo quiere decir que no estás esquivando a la policía. ¿Me equivoco? - Negué con la cabeza, impresionada por su deducción. – Y una cosa más, no me trates como tu superior, me hace sentir viejo. – Siempre sonreía, era… extraño y diferente. Volvió a encender la pantalla y se sentó en la silla. Me miró de nuevo ya que me había quedado ahí plasmada por su soltura al hablar conmigo.
-¿Te apetece jugar? Es un juego de lucha y me hace falta un compañero de juego.
Me levanté despacio y me senté en una silla a su lado, él me tendió un mando y me explicó los controles. Le dije que nunca antes había jugado a un juego de esos y él dijo que no pasaba nada, que no sería duro conmigo, aquello volvió a sonrojarme.
La partida transcurrió rápida, nombrándome a mí ganadora. Alan me miró impresionado y sólo dijo:
-Así que Viela, ¿eh? ¿Viela…?
-Sólo Viela, mi apellido ya no tiene significado. 



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