Aquella noche tuve un
sueño: me veía a mí con seis años en brazos de mi padre, no paraba de reírme.
Mi madre se nos acercó y me besó la nariz con gracia mientras sus labios
susurraban “Feliz cumpleaños Viela.”
Me desperté inquieta;
mi cumpleaños…
Me vestí con los mismos
vaqueros que el día anterior, pero esta vez elegí una camiseta blanca con
letras negras gigantes “I LOVE ROCK N’ ROLL!”. Creo que la hija de Alice y yo
coincidíamos en gustos a la perfección.
Bajé las escaleras, y oí
una voz a mi espalda.
-Buenos días por la
mañana, Viela.
-…Buenos días, Alan. –
Respondí con un poco de retardo y me quedé quieta esperando que me alcanzara.
- Alan, ¿hoy es ocho de Octubre?
-Em, si no fallan mis
cálculos, sí, sí es ocho de Octubre. ¿Por qué? – Noté curiosidad en su tono.
-Porque entonces, hoy
cumplo dieciséis años.
-¡Eso es estupendo!
Muchas felicidades. – Se acercó a mí y me abrazó con mucha fuerza. – Habrá que
celebrarlo. – Empezó a saltar las escaleras como un niño pequeño y salió
corriendo hacia la cocina. Pude oír como le daba la noticia a Alice y Ed.
Fue día de
celebraciones entonces, aunque pude escaquearme después de la comida para poder
explorar la casa. Era preciosa, en cada rincón había alguna temática antigua,
muy bonita. Por supuesto no entré en las habitaciones cerradas, pero en las que
no lo estaban sí. Me sentí como una niña pequeña en un mundo nuevo.
Cuando me sentí
satisfecha con mis nuevos descubrimientos volví al salón y alguien me tapó los
ojos por detrás. Di un grito agudo.
-Tranquila, soy yo. –
Reconocí la voz de Alan. - ¿Estás lista para mirar al frente?
-¿Para mirar el qué? –
Dije un poco con el corazón en la garganta. Alan apartó sus manos de mis ojos y vi
a Alice y Ed sujetando un paquete envuelto con un lazo. Alice se acercó a mí
con el regalo.
-Ábrelo, por favor. –
Su sonrisa era brillante.
Seguí su orden con
entusiasmo, y encontré un precioso vestido negro de tirantes. Me quedé helada
cuando lo vi colgando de mis manos. Abrí los ojos cuanto más pude demostrando
así mi admiración por el regalo.
-Pe-pero… Es precioso.
-Perteneció a nuestra
hija y queremos que te lo quedes. – Me explicó Ed. Alan me cogió del brazo y me
dirigió escaleras arriba hasta mi habitación. De un empujón me metió dentro y
antes de cerrar la puerta dijo.
-Te lo quiero ver
puesto ya. Cuando estés, sal.
Ay Señor… no me ponía
un vestido desde que tenía unos ocho años. Eso iba a ser toda una prueba de fe.
Al dejar el vestido sobre la cama vi otro paquete envuelto sobre ella. Lo abrí
y en su interior había unas botas muy bonitas que quedaban por debajo de la
rodilla.
Reí feliz al no
esperarme tal sorpresa y empecé a cambiarme entusiasmada.
Una vez estuve lista me
coloqué delante del espejo. El vestido se ajustaba a mi cuerpo perfectamente,
parecía como si me lo hubieran hecho a medida. La visión me fue extraña, pasar
de una sudadera ancha y unos pantalones rotos a un vestido ajustado y elegante
fue un paso muy grande. Pero me sentía bien, muy, muy bien.
Salí de la habitación,
Alan me esperaba apoyado en la pared. Cuando me vio, se despegó de ella y,
atónito, empezó a aplaudirme sin quitarme el ojo de encima. Empecé a
ruborizarme, sintiéndome una señorita de la alta clase.
-Estás guapísima. – Yo le
sonreí a modo de respuesta.
Bajamos las escaleras,
y tanto Alice como Ed se alegraron de verme con el vestido puesto.
-¡Bellísima! – Exclamó
Ed con acento italiano. – Nosotros nos tenemos que ir, pero por la noche
estaremos aquí. Vosotros disfrutad de este día, por favor.
Les di las gracias a
los dos junto con un abrazo a Alice, entonces volví a sentirme dentro de una
familia.
Alan les abrió la
puerta para salir, pero no la cerró. Es más, me invitó a salir a fuera.
Estuvimos toda la tarde por el campo, Alan me enseñó el pueblo y me contó su
historia. Guardaba un montón de datos en la cabeza, y ello me dejó
impresionada.
Antes de que
anocheciera nos sentamos en un árbol y él me contó la historia de su vida: sus
padres habían muerto siendo él un niño muy pequeño, así que Alice y Ed lo
cuidaron junto a Helena, su hija; Ed y Alice son como sus segundos padres.
Cuando ya tuvo la mayoría de edad, se trasladó a la casa de sus padres y la
renovó completamente, pero el matrimonio sigue yendo a ayudarle todos los días
como he podido comprobar. Ahora, se gana la vida trabajando en el campo junto a
los demás habitantes del pueblo.
-¿Qué edad tienes
entonces? Yo me imaginaba que tendrías los diecisiete o dieciocho como mucho.
-Tengo ya veintiuno. –
Rió con ganas. Después de esta respuesta estuvimos un rato callados hasta que
yo me atreví a preguntar:
-Alan, ¿por qué me
acogiste? Me refiero a que… ¿por qué me ayudaste sin ni siquiera conocerme?
Podría haberte robado si hubiera sido otra ocasión. – Reconocí con tristeza. Él
se lo pensó mucho y al final respondió:
-Porque eres la viva
imagen de mi hermana. Ella era mayor que yo, también murió en el accidente de
coche que sufrieron mis padres, con quince años. – Dijo todo de refilón mirando
al infinito. Yo le estreché la mano con fuerza.
-Lo siento, y también
gracias, por no abandonarme. – Él me miró con la felicidad de siempre, se puso
de pie e hizo una graciosa reverencia con la que no pude evitar reírme.
-Felicidades otra vez,
Señorita Viela. – Se rió a carcajada limpia. – Venga, vámonos, nos deben de
estar esperando para cenar, y yo te aviso; Alice en las celebraciones se pasa
con la comida.
Me ofreció la mano para
ayudarme, yo la acepté sin pensármelo y nos fuimos juntos de camino a su casa con
nuestras manos entrelazadas.
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