03 septiembre, 2011

Una nueva vida - Capítulo 6


Aquella noche tuve un sueño: me veía a mí con seis años en brazos de mi padre, no paraba de reírme. Mi madre se nos acercó y me besó la nariz con gracia mientras sus labios susurraban “Feliz cumpleaños Viela.”

Me desperté inquieta; mi cumpleaños…

Me vestí con los mismos vaqueros que el día anterior, pero esta vez elegí una camiseta blanca con letras negras gigantes “I LOVE ROCK N’ ROLL!”. Creo que la hija de Alice y yo coincidíamos en gustos a la perfección.
Bajé las escaleras, y oí una voz a mi espalda.
-Buenos días por la mañana, Viela.
-…Buenos días, Alan. – Respondí con un poco de retardo y me quedé quieta esperando que me alcanzara. -  Alan, ¿hoy es ocho de Octubre?
-Em, si no fallan mis cálculos, sí, sí es ocho de Octubre. ¿Por qué? – Noté curiosidad en su tono.
-Porque entonces, hoy cumplo dieciséis años.
-¡Eso es estupendo! Muchas felicidades. – Se acercó a mí y me abrazó con mucha fuerza. – Habrá que celebrarlo. – Empezó a saltar las escaleras como un niño pequeño y salió corriendo hacia la cocina. Pude oír como le daba la noticia a Alice y Ed.
Fue día de celebraciones entonces, aunque pude escaquearme después de la comida para poder explorar la casa. Era preciosa, en cada rincón había alguna temática antigua, muy bonita. Por supuesto no entré en las habitaciones cerradas, pero en las que no lo estaban sí. Me sentí como una niña pequeña en un mundo nuevo.

Cuando me sentí satisfecha con mis nuevos descubrimientos volví al salón y alguien me tapó los ojos por detrás. Di un grito agudo.
-Tranquila, soy yo. – Reconocí la voz de Alan. - ¿Estás lista para mirar al frente?
-¿Para mirar el qué? – Dije un poco con el corazón en la garganta. Alan apartó sus manos de mis ojos y vi a Alice y Ed sujetando un paquete envuelto con un lazo. Alice se acercó a mí con el regalo.
-Ábrelo, por favor. – Su sonrisa era brillante.
Seguí su orden con entusiasmo, y encontré un precioso vestido negro de tirantes. Me quedé helada cuando lo vi colgando de mis manos. Abrí los ojos cuanto más pude demostrando así mi admiración por el regalo.
-Pe-pero… Es precioso.
-Perteneció a nuestra hija y queremos que te lo quedes. – Me explicó Ed. Alan me cogió del brazo y me dirigió escaleras arriba hasta mi habitación. De un empujón me metió dentro y antes de cerrar la puerta dijo.
-Te lo quiero ver puesto ya. Cuando estés, sal.
Ay Señor… no me ponía un vestido desde que tenía unos ocho años. Eso iba a ser toda una prueba de fe. Al dejar el vestido sobre la cama vi otro paquete envuelto sobre ella. Lo abrí y en su interior había unas botas muy bonitas que quedaban por debajo de la rodilla.
Reí feliz al no esperarme tal sorpresa y empecé a cambiarme entusiasmada.

Una vez estuve lista me coloqué delante del espejo. El vestido se ajustaba a mi cuerpo perfectamente, parecía como si me lo hubieran hecho a medida. La visión me fue extraña, pasar de una sudadera ancha y unos pantalones rotos a un vestido ajustado y elegante fue un paso muy grande. Pero me sentía bien, muy, muy bien.

Salí de la habitación, Alan me esperaba apoyado en la pared. Cuando me vio, se despegó de ella y, atónito, empezó a aplaudirme sin quitarme el ojo de encima. Empecé a ruborizarme, sintiéndome una señorita de la alta clase.
-Estás guapísima. – Yo le sonreí a modo de respuesta.
Bajamos las escaleras, y tanto Alice como Ed se alegraron de verme con el vestido puesto.
-¡Bellísima! – Exclamó Ed con acento italiano. – Nosotros nos tenemos que ir, pero por la noche estaremos aquí. Vosotros disfrutad de este día, por favor.
Les di las gracias a los dos junto con un abrazo a Alice, entonces volví a sentirme dentro de una familia.

Alan les abrió la puerta para salir, pero no la cerró. Es más, me invitó a salir a fuera. Estuvimos toda la tarde por el campo, Alan me enseñó el pueblo y me contó su historia. Guardaba un montón de datos en la cabeza, y ello me dejó impresionada.
Antes de que anocheciera nos sentamos en un árbol y él me contó la historia de su vida: sus padres habían muerto siendo él un niño muy pequeño, así que Alice y Ed lo cuidaron junto a Helena, su hija; Ed y Alice son como sus segundos padres. Cuando ya tuvo la mayoría de edad, se trasladó a la casa de sus padres y la renovó completamente, pero el matrimonio sigue yendo a ayudarle todos los días como he podido comprobar. Ahora, se gana la vida trabajando en el campo junto a los demás habitantes del pueblo.
-¿Qué edad tienes entonces? Yo me imaginaba que tendrías los diecisiete o dieciocho como mucho.
-Tengo ya veintiuno. – Rió con ganas. Después de esta respuesta estuvimos un rato callados hasta que yo me atreví a preguntar:
-Alan, ¿por qué me acogiste? Me refiero a que… ¿por qué me ayudaste sin ni siquiera conocerme? Podría haberte robado si hubiera sido otra ocasión. – Reconocí con tristeza. Él se lo pensó mucho y al final respondió:
-Porque eres la viva imagen de mi hermana. Ella era mayor que yo, también murió en el accidente de coche que sufrieron mis padres, con quince años. – Dijo todo de refilón mirando al infinito. Yo le estreché la mano con fuerza.
-Lo siento, y también gracias, por no abandonarme. – Él me miró con la felicidad de siempre, se puso de pie e hizo una graciosa reverencia con la que no pude evitar reírme.
-Felicidades otra vez, Señorita Viela. – Se rió a carcajada limpia. – Venga, vámonos, nos deben de estar esperando para cenar, y yo te aviso; Alice en las celebraciones se pasa con la comida.
Me ofreció la mano para ayudarme, yo la acepté sin pensármelo y nos fuimos juntos de camino a su casa con nuestras manos entrelazadas.


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